EL CAIRO ISLAMICO



Más de 4.000 años de Historia contemplan desde las Pirámides a los millones de cairotas que se desplazan cada día a su trabajo en los flamantes rascacielos que jalonan el Nilo. Desde los acristalados edificios del paseo de Corniche el Nile, encorbatados oficinistas observan el lento transitar de las falúas –el tradicional barco de vela latina–, que se mece acariciado por las aguas del río de la vida. Y es que El Cairo es el caos y la calma, la efervescencia y el silencio. Puro contraste. Bajar a la calle es descender al bullicio. Aquí sus dieciséis millones de almas parecen llenarlo todo, se mueven como la pólvora entre las pequeñas callejuelas del centro hacia el bazar de Khan el Khalili, el corazón de la ciudad. Cae la tarde y la intensidad desciende, el mundo se relaja y todos se funden al ritmo quedo de la oración del muecín en alguna de sus 400 mezquitas.
Paso a paso
Comienza tu ruta por lo más alto. Acércate a La Ciudadela, construida en 1176 para fortificar la ciudad y enclavada en el punto más sobresaliente. Aquí se encuentra la gigantesca mezquita de Mohamed Ali, una gran mole de estilo turco que domina el horizonte de El Cairo desde cualquier lugar. A sus espaldas un estupendo mirador te ofrece las mejores vistas de la ciudad. En primer plano verás la mezquita-madrasa (escuela coránica) del sultán Hassan, que fue construida entre 1356 y 1363 y está considerada una pieza de arquitectura exquisita. Detrás se extienden las abigarradas calles del denominado Cairo islámico, un mundo mágico y laberíntico, lleno de tesoros.
Entre las murallas de la Ciudadela numerosos museos y otras dos mezquitas completan el recorrido. Pero es sin duda en la mezquita de Suliman Pachá donde podrás saborear el arte mameluco. Es sencilla, pero contiene un fabuloso artesonado policromado y se respira un agradable silencio.
Fuera de las murallas vuelve a reinar el caos. Desciende a la mezquita de Hassan y adéntrate otra vez en el Cairo islámico. Te recibirá la impresionante mezquita de Ibn Tulun. Fue construida en el siglo IX. Es el monumento musulmán más antiguo que continúa intacto y en funcionamiento. Su interior es bellísimo. Sube al minarete por la escalera de caracol, y verás la planta en todo su esplendor.
Si quieres darte un capricho, acércate a visitar la Casa-museo de Gayer Anderson, que está pegada al muro de la mezquita de Ibn Tulun. Te sumergirás en el mundo de Las mil y una noches. Tras las celosías de sus ventanas pulcramente talladas se encuentran fuentes, divanes, antigüedades de gran valor y hasta un harén. Son dos casas del siglo XVI que un coronel británico compró y llenó de tesoros antiguos. No te pierdas su azotea. En ella discurre parte de la película de James Bond La espía que me amó.
Detrás de sus celosías se extiende el gran centro de la ciudad, el universo de Khal el Khalili. Numerosos callejones imposibles que vertebran el laberinto de puestos, gentes, animales y sonrisas que es este Gran Bazar. La cueva de los tesoros. El caos inicial deja paso al asombro. Se suceden las tiendas gremiales, el barrio de los que venden piedras preciosas, el de las especias, el dedicado al cobre, a los toldos… Y al fondo, como un gran centinela pétreo, encontrarás la puerta de Bab Zuwelia. Siglos de historia que conviven con el atroz claxon de las motos, los coches y la terrible contaminación de El Cairo. Tras sus muros aparecen hileras de comercios y túnicas de algodón de mil colores. No puedes perderte la calle Muizz Li-Din Allah. Es el corazón comercial de la ciudad. Hay de todo y todos pasan por aquí.
El espíritu islámico reposa tras las geniales sombrillas high-tech de la mezquita de Hussein. Se cree que la cabeza del profeta está enterrada aquí y por tanto es un gran centro de peregrinación. Podrás entrar en todas las mezquitas de la ciudad, siempre que lleves el pelo y la cara cubiertos, excepto en ésta, pero merece la pena dar una vuelta por los alrededores, pues su arquitectura es espléndida. En tu recorrido es conveniente que lleves un par de calcetines en el bolso. Te vendrán muy bien cuando vayas a entrar en una mezquita, ya que tendrás que descalzarte.






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