JAIPUR




Jaipur es la capital del estado de Rajasthan, antiguamente llamado Rajputana. Los rajput eran unos guerreros que defendieron sus tierras hasta morir por ellas. La ciudad fue construida en el año 1728 por el maharajá Jai Singh II, del que debe su nombre, gobernante de Amber, quien trasladó la capital a esta ciudad. Pero no fue sino hasta el año 1905 en que se pintó de rosa, color tradicional indio para las bienvenidas oficiales, pues fue en aquel año cuando el príncipe Alberto, esposo de la reina Victoria de Inglaterra, llegó a la ciudad.

Destaca la ciudad por su famoso Palacio de los Vientos, pero sin embargo, uno de los recuerdos que mejor se guardan de su visita es el tortuoso camino que lleva desde Nueva Delhi a Jaipur. El recorrido en autobús, por darle algún nombre, es largo y cansino, pero lleno de innumerables detalles que lo hacen especial; realidades tan distintas a las que estamos acostumbrados los europeos que hace que nos mantengamos alertas todo el camino. Ya no es que su “autopista” que une ambas ciudades sea más el típico camino secundario que uno dos pueblos en cualquier país más avanzado, sino curiosidades como la de cruzarnos con vacas que tranquilamente rumian en medio de la carretera y a las que por supuesto, dado su carácter sargado, ni se pueden tocar. Camiones antiguos, coches ya en desuso aquí, un inmenso piterío, polvo por todos lados… 5 horas para recorrer 160 kms…

Tras cruzar el Estado de Haryana, y visitar el Palacio de Samode, entramos en Jaipur.

El Rambagh Palace es un antiguo palacio del siglo XIX, reconvertido hoy día, a hotel; uno de los más lujosos de toda la India. Jardines, fuentes, arcos ricamente ornamentados, música continua de fondo por todo el hotel; un ambiente típicamente oriental que trae a la memoria aquellas películas ambientadas en la época en que la India era colonia británica. Cada una de las habitaciones tiene su propio nombre, su propio mobiliario; su propio sello distintivo. Uno de los mejores restaurante de toda la India está en este hotel: el Polo.

En las afueras de la ciudad hay también un templo exquisito, labrado en mármol blanco. En medio de verdes jardines se levanta un inmenso templo blanco con cristaleras multicolores representativas de los distintos dioses hindúes. En el interior, una gran sala, también de mármol blanco, con columnas, y dos figuras centrales dorada. En el techo, arriba, en sus cúpulas, ni un solo espacio del mármol queda sin labrar.

El Fuerte Amber es una de las visitas más típicas de la ciudad. Y sobre todo, el transporte hasta él. Lo más clásico es alquilar un elefante y subir a sus lomos hasta arriba. El movimiento, unido a la cuesta que lleva arriba al fuerte hace que el pequeño viaje sea toda una odisea. A veces es más difícil centrarse en las vistas que en no caerse al suelo y agarrarse donde buenamente puede uno. Amber es una impresionante fortificación que se eleva majestuosa sobre una colina junto a un lago. Las vistas desde cada una de sus ventanas es impresionante. En la primera plaza central, donde dejamos los elefantes, es curioso observar la gran cantidad de monos salvajes que existen paseándose a sus anchas entre los turistas. La entrada del Fuerte tiene unos bajorrelieves preciosos, y una figura de su dios Ganesh la domina. Pero si hay algo que destaca por todo el Fuerte son sus celosías, desde donde las mujeres hindúes podían mirar sin ser vistas. Los espejos que en su interior se pueden ver incrustados en las paredes le dan un toque brillate y al mismo tiempo oriental. Por ello, lo conocen también como el Palacio de los Espejos.

El observatorio de Jai Singh data del año 1757. Situado en el centro de la ciudad, en él se pueden calcular con exactitud la hora solar, la posición de los planetas, sus ascendientes…

Frente al observatorio, nos encontramos con el “Palacio de la Bienvenida”, del año 1900, que actualmente alberga una gran colección de tejidos antiguos, trajes reales y armas. En el museo se pueden encontrar unas preciosas dagas de oro con empuñaduras de cristal; fusiles para montadores de camellos, y además, las ollas de plata maciza más grandes del mundo.

Pero si algún monumento de la ciudad la simboliza, ese es, sin duda, el Palacio de los Vientos, llamado así por sus 593 celosías de piedra por las que soplaban los vientos del este. El Hawa Mahal, también llamado así, tiene forma de pirámide escalonada, decorada con balcones salidizos en rojo y blanco, y fue construido en el año 1799 para que las damas de la realeza pudieran mirar por sus ventanas sin ser visitas. En su interior también podemos admirar el “Palacio de la Ciudad”. Es el antiguo Palacio del Maharajá, un recinto grande rodeado de patios con varios edificios a cual más llamativo. Galerías con arcadas de mármol labrado blanco; celosías, arcos orientales, edificios ricamente adornados en rojo y blanco; columnas exquisitas; elefantes en mármol… todo un sinfín de detalles que le confieren al Palacio, como ocurre en toda la ciudad Jaipur, ese sabor tradicional de la India








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