PALMIRA. SIRIA





La principal atracción de Palmira son las ruinas, entre las que se destaca el templo de Bel. Edificado en el año 32 después de Cristo, fue consagrado al culto de Bel, derivación del término babilónico Baal, que significa amo. Era el dios supremo de los habitantes de la ciudad, el dios de los dioses. En el templo, que fue transformado en iglesia en el siglo IV, se hacían sacrificios de animales.

A pocos metros del templo comienza una gran columnata de 1200 m que era el eje de la vieja ciudad, que llegó a tener cerca de 200.000 habitantes (número enorme para una ciudad de aquella época). Entre las columnas, por la amplia calle, transitaban los animales, y debajo de las columnas había veredas para el tránsito de las personas. A los lados de la extensa columnata hay una serie de ruinas en mayor o menor grado de conservación: el templo de Nebo, deidad babilónica; el templo funerario; el campamento de Diocleciano, que antes había sido el palacio de la reina Zenobia; el teatro y, entre otros, el ágora, donde se realizaban operaciones comerciales y se discutía. Un poco alejado de la columnata hay un hermoso templo cuya función no se conoce con exactitud, pero el edificio se conserva muy bien.

Saliendo de la ciudad, adentrándose un kilómetro en las montañas, hay un sitio de paisaje inquietante y desolador, con construcciones como torres cuadradas y macizas. Es el valle de las tumbas. Hay tres tipos de tumbas y fueron construidas en los tres primeros siglos de esta era. Algunas de estas construcciones podían llegar a albergar hasta 500 cuerpos.

En las inmediaciones de Palmira se localizó, a principios del siglo XXI, una pequeña colonia de un ave que se creía extinta en la zona, el Ibis eremita. La comunidad científica internacional está intentando salvar esta población que representa la única en libertad del área oriental de esta especie; la otra única colonia, esta de más de 100 parejas, se encuentra en el Parque Nacional de Souss-Massa, en Marruecos
 
 








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